En una de las últimas cuadras del pueblo esta mi casa, la casa de mis padres. Después de algunas casas de llagua que a esta le seguían, empiezan los potreros. Todo era pasto, muchas palmeras de coyol real, y otros árboles frutales como mango. Muy frecuentemente se dejaba ver como hasta la fecha, los grupos de vacas que a pastorear sacaban y que por las mañanas llevaban al corral donde ordeñan. Para acceder a los potreros, había una gran puerta hecha con tablones de madera, un diseño por cierto muy característico por acá para todas esas puertas y no dudo que por muchos lados, como si así deberían ser todas esas puertas. La puerta era justo del ancho de las camionetas, ni más ni menos y todo, para que ellas y los tractores pudieran entrar sin que hubiera más espacio para que algún becerro escapara. Cuando era niño, acostumbrábamos ir mucho allí al potrero y atravesar esa puerta porque entre otras cosas y dependiendo la temporada, cortábamos mangos. Los árboles eran muy altos y a aunque a veces batallábamos para cortar alguno en especial que nos había gustado, otras tantas veces podíamos tomar alguno que muy sano al suelo había caído. Había varios tipos de ellos pero los que recuerdo más son el manila y el criollo el cual hasta sazones y con un poco de sal nos lo comíamos. Hace un momento me comí una paleta Sonrics sabor mango y juro por Dios que en catarata se me han venido muchos recuerdos de la infancia: sabía exactamente igual a uno de los mangos criollos que cuando niño me comí. Ja! Más que la paleta, el recuerdo me encantó.