Wednesday, August 08, 2007

We gonna feel it / Deep Dish

Museo del Estanquillo. Cd. de México.


El escritor mexicano Carlos Monsiváis no se imaginaba que su extensa colección de diversas piezas, acumuladas a lo largo de cuatro décadas, iba por fin a tener un espacio propio para su exhibición. Pero en noviembre pasado, después de cuatro años de trabajos de remodelación, la antigua joyería La Esmeralda, ubicada en Isabel la Católica y Madero, se convirtió en el Museo del Estanquillo.
Este nuevo espacio permite, entre otras cosas, conocer la pasión casi compulsiva de Monsiváis –ya célebre por su talento intelectual, su mirada crítica y su sarcástico sentido del humor– por adquirir todo tipo de piezas en lugares especializados,como La Lagunilla y la Plaza del Ángel.Allí consiguió toda una serie dibujos, juguetes, carteles, mapas, libros, maquetas, miniaturas de hueso, óleos de gran formato, fotografías y figuras de plomo entre muchas otras curiosidades. Así, en su colección aparecen autores como Nacho López, Tina Modotti, Alfredo Zalce, José Guadalupe Posadas, Héctor García y Roberto Montenegro, entre otros.

Con el tiempo, el escritor notó que su casa estaba inundada literalmente de libros y toda clase de piezas, que una vez clasificadas crearon una interesante colección de 12 mil obras, cuya riqueza artística e histórica se fue incrementando a través de los años.

“Se trata de una colección impresionante”, señala el caricaturista Rafael Barajas, conocido como El Fisgón, amigo de Monsiváis, asesor de una parte importante de la obra gráfica del acervo, curador de la primera exposición y a quien también le tocó catalogar la enorme cantidad de piezas acumuladas dentro de cajas. “Carlos es un hombre con inquietudes diversas y, si revisamos con atención su obra literaria, veremos que es igual de variada que sus colecciones, porque ambas abarcan un espectro amplísimo de intereses”, opinó el caricaturista.



De larga data

La pasión de Monsiváis por coleccionar de manera sistemática comenzó en los años sesenta, paralelamente con la adquisición de miniaturas, calaveras de hueso del maestro Roberto Ruiz y 15 caricaturas de Miguel Covarrubias que un amigo catalán le permitió pagar a plazos.

Las visitas a La Lagunilla, señala Carlos Monsiváis, “se volvieron frecuentes, aunque al principio sólo eran para ver y encontrar objetos curiosos sin un interés de propietario”, relata.“Entre La Lagunilla y la Plaza del Ángel fui desarrollando un instinto de coleccionista. Empecé a comprar grabados, después a buscar caricaturas –un género difícil de encontrar porque no tiene demanda– y luego, libros del siglo XIX. A partir de ahí, ya no tuve límites”, confiesa.

Un buen lugar

Por fin, el gobierno de la ciudad de México y el empresario Carlos Slim convencieron a Monsiváis de compartir sus hallazgos con el público y, para terminar de tentarlo, le cedieron un edificio histórico construido entre 1890 y 1892. A fin de remozar el lugar, los arquitectos Eleuterio Méndez y Francisco Serrano aplicaron las mismas técnicas empleadas para la famosa Torre Eiffel. En la fachada, sobresale un exquisito trabajo en cantera con aplicaciones de mármol y un reloj grande sobre una esquina, detalles que identificaron por muchos años a la joyería La Esmeralda, famosa especialmente durante el porfiriato.

Para el rescate del inmueble se destinaron 19 millones de pesos y cuatro años de trabajos apoyados por el gobierno de la ciudad, la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia y la Fundación del Centro Histórico, quienes también se encargarán de aportar los fondos para su manutención anual.


Palabra de coleccionista

“No me concibo sin la idea de adquirir, de descubrir y, como todo coleccionista, también por tiempo o falta de visión, he perdido oportunidades para hacerme de ciertas obras. Pero esto forma parte de la aventura de ser coleccionista. Si no te frustras alguna vez, no eres coleccionista”, asegura, al tiempo que admite haber vivido por años enredado entre toda clase de objetos, sin por ello concebir la idea de dejar de acrecentar sus colecciones.

Una colección se va formando, según Monsiváis, por los intereses estéticos y culturales, por la suerte y por la capacidad económica. “El horizonte adquisitivo de cada persona tiene que ver también con el país en donde vive. En mi caso, fui adquiriendo piezas de orden popular, porque eran las que encontraba y a las que podía acceder”, explica.

Al final y después de tantos años, Monsiváis asume que parte de la labor de todo buen coleccionista es compartir sus hallazgos: “Si no compartes, te envenenas. Pero también hay reservas y en mi caso, mis libros son personales y sólo sobre mi cadáver permitiría que salieran de mi casa”.



Museo del Estanquillo

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Foto: Reuters.