Lo curioso de la noche fue que a temprana hora empezó a llover lo que en toda la semana no había llovido (literal): un aguacero fuertísimo y cerrado que hacia que nadie pudiera escapar de la reunión y estuviéramos digamos un poco más cerca y por más tiempo debido a las circunstancias.
El aguacero duró alrededor de unas cuatro horas. Sin parar. Sin dejarnos salir. Y mientras nosotros charlábamos y a veces sin escuchar tan claro por lo fuerte del agua que sobre la lámina de zinc caía, yo además los observaba sin decir nada.
Jugamos lotería, los sobrinos pequeños corrían entre la sala y los más mayores en la buena plática, hablándonos y escuchándonos, enterándome sin decirles nada de muchas coincidencias que tenemos.
Algunos más y yo después de haber merendado, volvimos a cenar. Ahhh…! Esos tamales de elote (estaban riquísimos).
Me encantó mi familia. Es como si no los hubiera visto un poco más de cerca y es que claro, no siempre llueve en las reuniones.